BREVE CONSIDERACIÓN SOBRE LA
PERCEPCCIÓN SOCIAL DEL RIESGO
De acuerdo a algunos autores, la percepción social
se relaciona con la forma en que las personas piensan y le dan sentido a otras
personas: cómo forman impresiones, sacan conclusiones y tratan de explicar el
comportamiento de otras personas, a veces llamada cognición social, este tipo
de percepción se centra en los factores que influyen en las formas en que las
personas entienden a otras personas y en cómo las personas procesan, organizan
y recuerdan información sobre los demás.
Podría definirse como el estudio de cómo las
personas forman impresiones y hacen inferencias acerca de otras personas como
personalidades soberanas, en donde aprenden acerca de los sentimientos y
emociones de los demás al recoger la información que reúnen de la apariencia física,
la comunicación verbal y no verbal.
Ahora bien, la percepción social del riesgo podemos
entenderla como las personas, generalmente en un grupo de individuos, o en un
núcleo social, entienden la potencialidad, o no, de que un peligro se materialice,
dejando de lado la concepción de la(s) vulnerabilidad(es) que contiene ese mismo
grupo.
Recordando que la primera prioridad del Marco de
Sendai es comprender el riesgo de desastre, es posible contextualizar más el
concepto de la percepción social del riesgo. Es decir, cuando un núcleo social
determinado- una comunidad, un municipio, una entidad federativa, o un país o
región, inclusive- conoce a qué fenómenos perturbadores está expuesto, puede
hacer labores encaminadas a la reducción de su vulnerabilidad, ya sea en
actividades de prevención, preparación y/o mitigación; sin embargo, para que
ello de un buen resultado debe involucrarse lo que para mí es el primer y más
importante proceso de la Gestión del Riesgo de Desastres, la Gestión
Predictiva.
Una comunidad, doquiera que se encuentre, debe poder
determinar el nivel de riesgo y, de alguna manera, aprender a convivir con éste,
para poder hacer las acciones dichas de prevención-preparación-mitigación y
aquellas tendientes a la rehabilitación-recuperación-reconstrucción. Como
ejemplo, podemos citar a las que se encuentran cerca de un volcán, como en
Puebla, Chiapas o Colima y Jalisco, o aquellas situadas en zonas de impacto de ciclones,
como las penínsulas de Baja California y de Yucatán.
Es decir, no es lo mismo oír platicar de la erupción
del volcán que haberla vivido, o del paso del huracán que haberlo sufrido. Y en
este sentido, es muy importante el papel que juega la autoridad para dar a
conocer los riesgos y amenazas en las localidades, pues son las encargadas de
socializar el riesgo y dotar las guías adecuadas para las acciones a
desarrollar.
Con la movilidad o migración, es posible que un
nuevo grupo de personas se asiente en una localidad diferente a la de su
origen, y consecuentemente no conocerá las amenazas y riesgo del lugar a donde
llegó a afincarse. Puede enterarse de lo que ha ocurrido en ese sitio, pero su
percepción no está afinada con la realidad del impacto del fenómeno.
Debido a la exposición mediática de los sismos de
1985 y 2017 en la Ciudad de México, la percepción de que un temblor derribará
edificios es muy alta; empero no todas las zonas de la ciudad son peligrosas para
el caso, lo cual podemos consultar en Atlas de Riesgo de la Ciudad de México. Sin
embargo, mucha gente que no radica en la capital y va de visita percibe un
temblor de magnitud 5 como un terremoto que destruirá al mundo.
Otro ejemplo válido es concerniente al turismo que, más
que una mera actividad económica, es un importante agente territorial en los
lugares en los cuales se implanta- lo que es especialmente válido en el caso de
los litorales alrededor del mundo- se ha
constatado un patrón de ocupación del territorio esperado, que se manifiesta en
la concentración en la primera línea de playa y su difusión a lo largo de las
costas y hacia el interior alrededor de los núcleos principales.
Es decir, el turismo se concentra en las zonas
costeras, en la primera línea de playa, que es donde impactan fenómenos de
carácter hidrometeorológico, luego entonces se traduce en la ocupación de
espacios de riesgo y no existe una concienciación real del riesgo. Esta falta
de percepción del riesgo se traduce en el hecho, que los peligros naturales son
vistos como algo demasiado hipotético, que no ocurrirá, por lo que la
prevención y mitigación necesarias no se ponen en marcha.
Por el contrario, se suele actuar después de una
catástrofe, sin que esta actuación se traduzca en una visión de conjunto de los
peligros existentes y sin una visión de futuro, para evitar o reducir futuras
desgracias. La actuación post-catástrofe se suele plasmar en la repetición de
una ocupación territorial de espacios en riesgo y con la reconstrucción de
viviendas y comunicaciones en los mismos lugares, que acaban de sufrir los
desperfectos debido a su equivocada ubicación.
El mayor riesgo constatado en la actualidad se debe,
más que al fenómeno físico, a una mayor vulnerabilidad y exposición antrópicas,
que manifiesta una falta de percepción social del riesgo mismo. Mientras que el
fenómeno natural en sí no se ha modificado sustancialmente, manteniendo los
parámetros de probabilidad, severidad y peligrosidad, los factores antrópicos
de exposición y vulnerabilidad han aumentado exponencialmente en las últimas
décadas.
Si bien es cierto que ha habido avances importantes
para la percepción social del riesgo en México, aún hay un largo trecho que
recorrer, y es fundamental la participación de la autoridad de la materia en
los tres órdenes de gobierno, y absolutamente, la voluntad política para
difundir el conocimiento que se tiene sobre el riesgo, en todo sentido.
Si bien, no sólo es responsabilidad del gobierno, sí es necesaria su participación, coercitiva si es necesario, para fomentar una cultura de Protección Civil, con lo que, sin lugar a dudas, puede crear, cuando no mejorar, una percepción social del riesgo
Mtro.
César Orlando Flores Sánchez
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